Decía Shakespeare en “El Rey Lear”: “es la plaga de los tiempos cuando los locos guían a los ciegos”. Hoy, los locos (de avaricia) están representados por el gran capital y los ciegos son el resto del mundo, calculado como mínimo en un 90 % de la población. Un 90 % formateado como ladrillitos de una pared, tan iguales y refractarios al sentido crítico. Las imágenes simbólicas de la película “La Pared” de Alan Parker, inspirada en la homónima canción de Roger Waters son perfectas; se nos enseña a ser autómatas, todos iguales y funcionales desde niños en el hogar, los establecimientos educativos y los medios sociales, mientras la prensa hegemónica hace sin cesar su trabajo distorsivo en la misma dirección. El espíritu de transgresión y de crítica libre, característico de un Galileo, un Kepler, un Giordano Bruno, un Miguel de Servet (los dos últimos quemados en hogueras fogoneadas por San Roberto Belarmino y por Calvino, respectivamente) se halla proscripto desde la más temprana edad. ¿A quién no se le ponen los pelos de punta cuando se mencionan las palabras socialismo o comunismo? Forma aún parte de los recuerdos de mi niñez un cartel pegado en las calles céntricas mostrando un planeta tierra con una calavera por encima, unas garras atenazándola y una hoz y un martillo coronando la imagen. ¿Acaso se nos permitía -y permite- preguntarnos qué significaba y cuánta verdad había y hay en ello y cómo éticamente podrían explicarse los horrores del capitalismo que hoy tenemos cotidianamente a la vista, como los chicos andrajosos y drogados que piden en los semáforos, muchos de ellos saltando dentro de los contenedores de basura para obtener comida o recoger cartón o envases de aluminio cuya venta apenas les permitirá alimentarse? Por no agregar que también se usan para hacer las necesidades fisiológicas, lo que aumenta aún más ese horror que hacen al trasfondo de “El corazón de las tinieblas”, de J. Conrad. Para nada: una derecha, generalizada y totalmente desquiciada, no sólo naturaliza este tipo de aberraciones, sino que las considera un justo castigo para “vagos y planeros”.

Clímaco de la Peña                             

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